
Nos llegan olas de Madrid, del sur de España y de sus islas; voces cuyos decibeles son impredecibles porque su delicadeza se reafirma en el temblor. Al lado de la sevillana Dafne Benjumea, que en un tono íntimo recubre de silencio “rupturas de placas”, Daniel Rabal Davidov describe a un personaje deslizándose en el tiempo, de ida y vuelta, como aquellos ángeles de Rilke, sin discriminar cauces de vivos o difuntos (su «eternista»). Asimismo, ellos podrían volar sobre un Motril donde, escapado de los grandes estertores, Ayudarte Granados dignifique el corazón de las minucias regresando a solas, o un Ortega Palomares hable de los que resisten, a pesar de no ser invitados —o tal vez por ello— a aquel festín brutal de la opulencia. Mas también ahí en Canarias hay espacio para el vuelo, siempre que el olvido no carcoma al verbo (“donde no hay palabras no existen domingos”, dice Jiménez Paz), ni se renuncie a aquella fina excitación de los sentidos que es, al mismo tiempo, comunión —entre silencios sospechados una vez por vida— al modo de Samir Delgado. Esta edición presenta, complacida, una reunión de autores jóvenes con escritores preeminentes, sin que en ella existan notas discordantes, a pesar de su marcada individualidad, y en ti, lector, quizá puedan hallar respuesta.