Octavio Ignacio Pérez

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Delgada línea, fino muro
de arancel en desgracia
es mi cuerpo.
Un bloque de silencio
golpea, golpea con avaricia
frío y chaqueta,
pega más duro
que el blando sonido de los rieles
en mitad de los coyotes.
Trozo de vara consumida
por el vapor del tiempo
nuestro nombre se incrusta
crustáceo que lleva consigo
otras migraciones, otra inmensidad
más extensa que nuestra travesía;
pedazo, casi nada, salvo
los ojos, se ha consagrado sobre sí
hacia sí, el migrante;
músculo a músculo, aliento
a vapor, cabuche a ceiba
metal a horror
nuestros órganos son tributo
para éste fuego milenario
de las migraciones.
(Fuego y migración van de la mano)
hombre blando, mujer dura
recipiente mineral
donde guarda Kauyumari
incestuoso pulque a Huitzilopochtli
donde Cortés incendió el ridículo de Quetzalcoatl
e iluminó las vías de nuestro pecho
Aparruki vino en busca de nosotros
y un tal Solalinde alimentó a las mujeres;
hinchados los pies, es cierto,
los puntos cardinales no son equidistantes
sema somático, cada cuerpo,
esparcido en sí, blando…
Sepultome entre lirios, padre
a la caída del primer pétalo
y se petrifique mi verso
en tierra mala a toda hora.
-No hay justicia que no empale el tiempo-.
Brincar los muros,
uno a uno, colonizar,
romper, aplastar la historia
para reescribirla
tener un lugar, un sitio
dónde citar a todos los muertos
baleados en la línea.
El horizonte se curva
como cuerpo en hoyo.
Sólo hay esperanza
debajo de la tierra.
Nuestra libertad es un post
que degrada nuestra condición
rebaja nuestro nombre a nada;
tumba tu pensamiento
me petrifica a un universo
incomprensible, donde mutamos
donde nuestra voz
como estrella, siempre
llega tarde.
Es verdad,
al morir, cual átomo
volvemos a casa.
Cuando nuestros ojos se apagan
muere un astro
y nace un migrante;
estamos sincronizados
con lo inalcanzable.
Solo nos alcanza la sed,
el hambre,
y las balas
que tocan la piel, como caricia
recién salida de tu mano.
Llevo tu mano -cuántos
poetas a tu mano prendidos-
hasta la cumbre del Nosotros
y como Sísifo
vuelvo a comenzar de zenit
a cenit, de mineral a harina
de mis brazos a otros brazos
tiendo mi esperanza
sobre los mecates del hastío,
vuela el destino, como camisa
recién lavada por el sol
por éste sol que ensucia mis entrañas
que lava penas
y cuece los zapatos, la blusa
tu mejilla.
Dejemos el paso para otros
para nosotros
un pié en la fosa
y otro en la rosa;
todo software
un crustáceo
atiborrado en imágenes
y maldiciones
volar
volar en migración
-golondrina de cálidos reflejos
y queremos morir en un fumadero
o perder la virginidad
entre los rieles, a fumar
porque fumar, es menos peligroso
que el infierno.
Y darnos a Baco
¡Oh, mentado mil, mil y mil vinos más!
¿más, quién en su juicio
ha sido más que Baco, vómito o resaca?
¡Oh, conjuro, amor divino!
Quien no meta su dedo en el ano
no arrulle las chivas con la mano.
Oh, poeta, libre de todo mal
y mal pago al libre;
no podré verte jamás
y correrán los perros
ladrando al silencio
de fieras sombras
que se mueven
como un colibrí pequeño
entre la miel de la Cosa.
Desvanezco entre el vaho de la tarde.
Mi sangre, ebullición del dolor,
se agolpa contra mi sombra
permea la oscuridad que me habita
desborda silueta y mano.
Amargo sabor el sabernos vivos.
La muerte pasea su robusta mano
sobre afelpada piel de lagartos.
-Somos la última camada que vuelve al agua-.
Semáforos que dictan
el cambio estacionario de los sauces;
sincrónico molusco
petrificado al tiempo.
En el agua, observando
a los sedientos, supimos
que pisar playa
afectaría el movimiento de las uñas.
/…en Maine, tomate y tractor
cortaron de raíz nuestro arraigo,
a Colorado
arribamos para cultivar
resignación y codicia,
y a Texas
sólo de paso por la cárcel
y las balas./
andar hiere.
Labra la tierra
marca el rumbo
da norte a los sauces
y al sur
-siempre el sur-
empala tu corazón para los buitres.
Hay que pagar importe
por traficar cuerpos blandos;
órgano millonario
es el río
/cuota improvisada
el círculo de hule
que nos cobija
del hambre.
Cuarenta quetzales
atravesar el Usumacinta.
Paramos al Ceibo
para alimentar lagartos
y milicos.

Octavio Ignacio Pérez (Chapala, Jalisco, 1985). Poeta, tapicero, cartonero y educador popular. Autor del libro Deja que lleguen las moscas (Ed. El viaje, 2014). Y las plaquettes de poesía El jardín de las bromelias, y Canto medular (2018). Ha sido publicado en las antologías La tierra que andamos y Trabajar en el gabacho (Historiatra Editores). Es fundador de Chinchorro Oficios y Arte.